Cuento de abuelos: Donde guardamos los besos de la abuela

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Un cuento de abuelos: Rosario, la profe, había mandado a sus alumnos que hicieran una redacción, sobre alguien que ellos considerasen importante, los personajes escogidos fueron muy diversos, Einstein, Aristóteles, Cleopatra, Justin Bieber entre otros. Pero Catalina decidió escribir sobre alguien muy… pero que muy especial. Puede que no fuese tan famoso, pero no por eso dejaba de tener importancia para Cata. Cuando llegó su turnó la leyó como todos sus compañeros en voz alta…


Cuento de abuelos: Donde guardamos los besos de la abuela

Tengo diez años y me llamo Catalina Gonzalez Penedés, mi madre es Catalina Penedés Ruano y mi abuela Catalina Ruano Álvarez. Soy la tercera generación de Catas, o puede que quizás sea la cuarta,  pero ese dato no tiene la menor importancia.

Para mí la persona más importante de la que puedo hablar es mi abuela Catalina, realmente es la primera Cata de la familia de la que  tengo constancia. Os diré que si algo tienen en común todas las abuelas, es  que son besuconas por naturaleza y desde el primer instante.

También hacen cosas por ti que tus padres no harían por nada del mundo. Porque como decía mi abuela los padres son una cosa y los abuelos otra muy distinta. Vosotros puede que no os deis cuenta de lo importante que es una abuela, ni de lo importante que son sus besos, y no es que yo sea más lista que vosotros, es que uno se da cuenta de lo que tiene cuando lo echa en falta.

Eso me hace recordar que tiempo atrás, y siempre  unos minutos antes de llegar a casa de mi abuela yo pensaba… “ahora me espachurrara y me comerá a besos” y no niego que algunas veces hasta me molestaba que lo hiciera con tanta pasión. El caso es que no hace mucho tiempo mi abuela ha enfermado, tiene alzhéimer. Se le olvidan las cosas, al principio me parecía divertido, pero realmente no tiene nada de divertido.

Al principio tenía olvidos muy graciosos como la tarde que se olvidó calzarse los zapatos para salir de paseo, aquella tarde se quitó las pantuflas y salió a la calle descalza, mis padres se dieron cuentan cuando ya habíamos cruzado de acera.  O como aquella noche, cuando se vino con nosotros a pasar unos días, esa noche decidimos irnos a dormir juntas, fuimos a lavarnos los dientes antes de acostarnos, mi abuela Cata confundió la pasta de dientes con el jabón y se lavó la cara con ella.

Reconozco que aquellos olvidos me hacían mucha gracia y me apetecía estar más con ella porque me parecía divertidísima. Pero con el tiempo mi abuela ya no podía quedarse sola, porque según mi madre era “peligroso”, podía dejarse el gas abierto o cualquier cosa mucho peor. Así que decidieron que se iría a vivir con mi  tía Amelia al pueblo.

Ese fue el motivo por el que tardé más en verla. Recuerdo perfectamente aquel viernes de principio de vacaciones de verano. Por primera vez también mi madre no quiso ir a la playa a veranear, decidió que estaríamos mejor en el pueblo con la tía Amelia y con la abuela Cata. De camino no pensé mucho en ella, estaba más bien enfadada por eso de no ir a la playa. Mis padres tenían un apartamento en la costa, y cuando íbamos solía juntarme con Mario y Celia mis dos mejores amigos de veraneo; solo nos veíamos en vacaciones y ese año ni siquiera eso. Con lo bien que me lo pasaba con ellos.

Estaba enfadada porque allí en el pueblo yo no tenía amigos de ningún tipo, y no sabía porque mi madre sabiendo lo mucho que yo espera aquellos días de playa, no había consultado con migo para tomar aquella decisión.

Según nos acercábamos me invadió aquel sentimiento de… “ahora me espachurrara y me comerá a besos nada mas verme” y como estaba tan enfada no estaba ni para besos ni para achuchones. Y la verdad es que cuando mi abuela Cata me vio después de casi tres meses sin vernos, no me dio ningún beso y mucho menos un achuchón.

Simplemente estaba allí sentada en el patio haciendo motones con unas fichas de colores en la mesa. Tan solo dejó por un momento de hacer montones cuando yo la llamé abuela, y lo hizo  para mirarme como si no me conociese de nada. Entonces me sentí muy mal porque yo no le había hecho nada para que estuviera tan enfadada conmigo.

Que realmente no lo estaba pero eso fue lo que pensé al ver aquella reacción suya. No sé si fue por la cara que yo puse pero mi tía Amelia le dijo quién era yo, y que había venido a verla desde la ciudad. Pero mi abuela Cata siguió haciendo montones con las fichas como si todo aquello no fuese con ella.

En aquel instante no entendí absolutamente nada, me acuerdo de ver a mi madre llorar en la cocina junto a mi tía. De ver como mi padre la abrazaba con tal ternura que parecía que se fuese a romper allí mismo; y fue mi padre quien me explicó lo cruel que es esa enfermedad llamada alzhéimer, ya no solo con quienes la padecen si no con quienes rodean al enfermo. Mi tía me dijo que la abuela Cata algunas veces se acordaba de cosas imposibles  de recordar, y otros días parecía que estaba en la luna. Lo cierto es que ver a mi abuela así no me gustaba nada de nada.

Y así fue como comencé a añorar los besos y achuchones de mi abuela. Yo pensaba… “si me diera solo uno, un solo beso con achuchón incluido”, porque mi abuela como todas las abuelas es “achuchable”, aunque a los nietos nos cueste reconocerlo, esos apretujones contra su pecho son reconfortantes y valen por mil, que digo por mil… ¡valen por un millón de cualquier achuchón! Pero mi abuela ya no sabía dar ni besos ni achuchones se le había olvidado como hacerlo.

Fijaros que vosotros pensareis que esas cosas no se olvidan así como así, pues… ¡sí! con la enfermedad esa se puede uno olvidar de como dar besos y hasta de comer, uno se puede olvidar de las cosas importantes sin más ni más.

Ya llevábamos la mitad del verano en el pueblo, y yo… cada día que veía a mi abuela la besaba y la achuchaba tantas veces como podía, tenía la esperanza que si lo hacía muchas pero que muchas veces, en una de esas lo recordase y fuera ella quien lo hiciera con migo. Y creo que lo conseguí porque un domingo por la mañana justo antes de volvernos a la ciudad.

Mi abuela Cata me reconoció nada más verme, y me dio un montón de besos y un montón de achuchones, y por primera vez… yo no me enfade porque fuese tan melosa, al contrario quería que me diese todos los que no me había dado.

Había estado tantos días pensando… “si yo hubiera guardado los besos y los achuchones que entonces me daba y me parecieron  de más, hoy podría usarlos y no sentir tanta nostalgia”. Una tarde aquello que tanto pensaba se lo conté a mi tía Amelia, y juntas dibujamos y recortamos cientos besos, me dijo que si algún día la abuela Cata recuperaba la memoria de los besos, ellas los sacaría de la caja donde los íbamos a guardar para que en cada dibujo dejase un beso, luego los guardaría de nuevo y me los daría para que los cuidara.

Pero mi abuela Cata había recobrado la memoria de los besos estando yo con ella, por eso me puse muy contenta, porque podría volver a la ciudad llevándolos conmigo, así que antes de que mi abuela volviese a olvidar como se dan los besos, le pedí que los dejase en cada dibujo pegados, porque de esa manera yo los cuidaría siempre… siempre…. Siempre.

Tras aquel día mi abuela no ha vuelto a recordar cómo se da un beso, pero yo ya los tengo guardados para no perderlos, unos en mi caja de angelitos y otros muchos en el corazón y… ¿vosotros donde guardaríais los besos de vuestra abuela?

Deberías pensarlo, porque aunque os parezcan que no tienen importancia porque los tenéis cuando queréis. Puede que un día los echéis en falta. Por eso para mí la persona más importante es mi abuela Cata, porque me ha dejado un tesoro infinito que debo cuidar y guardar con el mayor de los cariños.

— Fín Cuento de Abuelos —

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