Que es la conducta prosocial en niños

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La conducta prosocial tiene su origen en la primera infancia. Para comprender a cabalidad su importancia, es esencial entender cómo se desarrolla a lo largo de las edades, los factores que contribuyen a las discrepancias individuales, sus bases morales y de valores, los aspectos clínicos del comportamiento prosocial bajo y excesivo, y su relevancia para la escolarización.


¿Por qué es importante la conducta prosocial?

Los comportamientos prosociales son acciones voluntarias con el fin específico de beneficiar o mejorar el bienestar de otro individuo o grupo de individuos. Los ejemplos de tales conductas son: ayudar, compartir, consolar, cooperar y proteger a alguien de cualquier daño potencial.

Desde una perspectiva evolutiva, las conductas prosociales pueden haber evolucionado a partir de una adaptación biológica a la vida en sociedad. Desarrollar conductas prosociales es trascendental durante los primeros años, ya que estas acciones están asociadas con la competencia social y emocional durante la infancia. Aunado a esto, las conductas prosociales están relacionadas con el rendimiento académico y el desarrollo de habilidades cognitivas, como la resolución de problemas y el razonamiento moral.


¿Qué sabemos de la conducta prosocial?

Las expresiones de conductas prosociales comienzan a una edad temprana y las mismas formas básicas se encuentran en todas las culturas. Inclusive los bebés de 18 meses demuestran formas tempranas de conductas prosociales: señalar un objeto fuera de su alcance o un evento invisible a un adulto. Alrededor de los 3 y 4 años, el comportamiento prosocial de los niños aumenta en complejidad. Responden más fácilmente al estado emocional negativo de los demás compartiendo, ayudando y/o consolando adecuadamente. Durante este período de desarrollo, los niños también comienzan a manifestar favoritismo dentro del grupo, que se manifiesta por una tendencia a exhibir más comportamientos prosociales hacia los individuos que pertenecen al mismo grupo.

Varios elementos robustecen las conductas prosociales en los niños pequeños, además de las diferencias genéticas que explican en parte las diferencias individuales. El desarrollo moral precoz durante los primeros cinco años de vida es una base importante para los comportamientos prosociales.

Los niños que sienten culpa después de las faltas son más propensos a participar en conductas prosociales al contrario de los que no lo hacen, ya que son cada vez más conscientes de las secuelas de sus acciones para ellos mismos y para los demás. Los comportamientos prosociales de los niños también son afectados por sentimientos de empatía y el deseo de ayudar a los demás.

Se ha descubierto que los niños pequeños que muestran inquietudes extremas por el bienestar de sus padres, ya sea, debido a conflictos maritales o problemas de salud, tienen un mayor riesgo de desarrollar ansiedad o depresión a medida que crecen. Por el contrario, la ausencia de reacción de los niños pequeños y/o reacciones inapropiadas a la angustia de alguien puede ser un anticipo de las dificultades de conducta.

Finalmente, la socialización de padres y compañeros comprende un papel de suma importancia para el desarrollo de conductas prosociales. Los padres que forman en los niños comportamientos prosociales y los animan a comprender la perspectiva de los demás promueven la apropiación de valores prosociales en sus hijos. De manera similar, los educadores que promueven las interacciones colaborativas entre compañeros alientan el desarrollo de habilidades cognitivas que respaldan las formas prosociales de comportamiento. 


¿Qué se puede hacer para mejorar la conducta prosocial? 

La formación prosocial debe tener un inicio temprano en el hogar y abarcar los años preescolares. Los padres que modelan comportamientos prosociales, exhiben una crianza cálida y receptiva y hacen énfasis en los estados emocionales de los demás pueden ayudar al desarrollo de comportamientos prosociales en los niños. También se recomienda que los padres expliquen a los niños qué hicieron mal después de una falta y cómo sus acciones pueden dañar a la otra persona, en lugar de simplemente castigarlos.

Los educadores de preescolar también pueden jugar un papel importante en el desarrollo de la moralidad y los comportamientos prosociales de los niños mediante la ejecución de programas de instrucción e intervención. Aunque se necesita más investigación para establecer un conjunto de pautas prácticas que animen comportamientos prosociales en niños pequeños, las mediaciones tempranas deben enfatizar: relaciones de afecto con adultos y compañeros, formación en empatía y de perspectiva, enfoques de aprendizaje activo como el aprendizaje cooperativo.

También pueden desempeñar un papel activo al detener los prejuicios predispuestos de los niños y al estructurar interacciones colaborativas con compañeros de diversos grupos, por ejemplo: género, culturas, religiones, antecedentes socioeconómicos. Estas oportunidades tendrían consecuencias en las creencias de los niños sobre los demás (Ellos y nosotros) y las conductas prosociales entre grupos.

Por último, y lo más importante, se anima a los padres y mentores a reforzar positivamente las predisposiciones prosociales de los niños, en lugar de reforzar negativamente sus tendencias antisociales (castigándolos, por ejemplo). Al poner mayor énfasis en sus buenas acciones que en las malas, hay más posibilidades de que los niños manifiesten conductas prosociales.

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